Y llegó el domingo, y con el domingo llegó la mamá de la Mila a buscarla, la subieron al auto y se la llevaron. Cuando eso ocurrió, mi mamá y la abuela se pusieron a hacer aseo y yo ¡finalmente! pude dormir a pierna suelta sin estar preocupada de que una nariz intrusa llegase a olerme en el momento más impensado; también pude jugar tranquila correteando mi pelotita por toda la casa sin miedo a que ninguna perra ladrona viniera a morderla y ¡lo más importante! ya no tuve que estar pendiente de que se robaran mis crunchi crunchis. Eso sí, por catete que sea la rucia… ¡la echo de menos! Esta tarde mi mamá no ha gritado ni una sola vez y la abuela casi no ha hablado; la casa está silenciosa, mi platito de crunchi crunchis lleno y yo no tengo a nadie cerca para hacerle fuuuu mientras arqueo el lomo con mi mejor cara de gatita mala… Era gracioso ver a la Mila corriendo a esconderse, salió asustadiza la quiltra, como será que muchas veces ni siquiera era necesario hacerle fuuu para que salie
(Diario de una gata)