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El viaje

Ya son dos días que no escribo nada ¡y tengo tantas cosas que contar! Lo primero ¡ya estoy en Viña del Mar! Así de eficiente es mi mamá cuando quiere, en menos de 72 horas ¡zas! todo embalado, camión  conseguido, teléfono cortado, cuentas pagadas, casa cerrada y nosotras instaladas más de mil kilómetros más al norte.

El lunes empezamos a embalar, el martes pasó el camió a buscar las cosas y la Conqui y yo nos vinimos ayer; salimos temprano de Puerto Varas, cuando aún estaba oscuro, y manejamos sin parar hasta que llegamos poco antes de las 7 de la tarde ¡yo nunca había andado tantas horas en auto! laaaaargo el viaje. Al principio fue entretenido ver todo lo que pasaba afuera, pero luego de un par de horas fue mucha la información y me cansé de tratar de procesarla toda así que preferí venirme dormitando el resto del camino. La verdad es que tenía tantos nervios y estaba tan preocupada que la Conqui no se cansara y nos chocáramos, que me porté súper bien todo el viaje. Como será, que ni siquiera tomé agüita ni comí los crunchi crunchis que ella me ofreció cada vez que paramos a echarle bencina al auto.

La bencina es una cosa que sale por una manguerita y se parece al agua pero huele muy fuerte y, por lo que me explico la Conqui, vendría a ser como los crunchi crunchis del auto porque eso es lo que le da la energía para moverse y poder traernos de Puerto Varas a Viña del Mar. 3 veces comió crunchi crunchis el auto, harto poco para todo lo que le tocó caminar y más encima llevándonos a la Conqui y a mi, y una cantidad enorme de maletas y bultos (mi cantora, mi maletita y todos mis juguetes, para empezar a contar).

La despedida con el Manchi fue rara porque no nos pescó: la Conqui y yo salimos varias veces a terminar de cargar el auto y él ni se movió, siguió durmiendo como si no pasara nada. Pobre… a lo mejor pensó que salíamos y volvíamos en un par de horas… ¿se habrá quedado esperándonos anoche? Ojalá que no… Voy a tener que escribirle para contarle del viaje y como es la ciudad, me tinca que a él no le habría gustado acá, no hay muchos árboles (por no decir que ninguno) y hasta ahora ni siquiera he sentido el olor de una lauchita… ¿qué comerán los gatitos de ciudad? me tinca que deben ser todos flacuchentos...

En el camino vi muchas ¡muchas! cosas nuevas; por ejemplo descubrí los camiones que son algo así como autos gigantes con muchas ruedas que hacen un ruido tremendo y se tiran punes negros o grises que huelen a humo rancio… no me gustaron los camiones, son feos y hediondos. Otra cosa que me llamó la atención  fueron los “peajes”: en la carretera, cada cierto tiempo, la Conqui paraba en una cosa que –creo yo– son algo así como celdas de castigo para los que se roban los crunchi chunchis o llegan a la casa después de las once; ahí,  ella bajaba el vidrio de su ventana, paraba el auto, saludaba a la persona que estaba castigada dentro de la caja chica, la persona le devolvía el saludo, la Conqui le pasaba platita, la persona encerrada le entregaba un papel en agradecimiento, y seguíamos andando hasta el próximo peaje…

Después de un par de horas, me aburrí de mirar por la ventana porque las cosas pasaban tan rápido que me emepecé a marear ¿cómo lo harán los humanos para no marearse? zum zum zum… pasaban los autos, los camiones, las micros, las ciudades, los peajes… Cambiaron los olores, los colores y la temperatura varias veces durante el día hasta que llegamos a Viña, a la casa de mi abuela. Nos bajamos del auto con la Conqui, tocamos el timbre y ahí apareció ella… pero eso lo contaré mañana porque ahora me están llamando para comer mis crunchi chunchis de la hora de té ¡que rico!


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