Nada emocionante por estos días: ni gatos intrusos, ni visitas escandalosas y muchos menos –por suerte– idas al veterinario. Casi casi se podría decir que he llegado a un estado zen dónde la paz me hace ignorar a los pajaritos que pasan en vuelo rasante por sobre mi cabeza… Ok, me pillaron ¡jamás voy a ignorar a los pajaritos! Y muchos menos si pasan a menos de un palmo de mis narices, y eso es lo que ocurrió ayer en la mañana cuando estaba sentada en la terraza de mi abuela.
El día había amanecido soleado pero algo frío, y aunque tenía ganas de seguir remoloneando en la cama, poco después de las 8 ya había hecho mi primera ronda por el jardín controlando que todo estuviera en orden. Mi abuela, la Conqui y yo habíamos desayunado y estábamos de vuelta en el segundo piso preparándonos para hacer andar el día. Mientras mi mamá se duchaba, su mamá hacía la cama. Luego de vigilar un rato en el baño a la Conqui, me fui a controlar a la vieja en la hechura de cama; como siempre, traté de ayudarla pero es una señora orgullosa y cabezota que siempre quiere hacer todo sola, así que opté por hacerme la ofendida y muy dignamente me fui a sentar en una esquina de su terraza para controlar al señor de la basura (pasa todos los jueves y casi siempre deja nuestro bidón con la tapa mal puesta). En eso estaba, moviendo mi colita inquieta mientras veía al tipo acercarse cuándo de repente, de la nada misma ¡zas! ¡una paloma apareció volando justo debajo de mis narices! Mi primer instinto fue lanzarme a morderle el cuello, pero claro, casi sigo de largo para abajo porque por un instante olvidé que estaba en un segundo piso. ¿Se imaginan el costalazo de haberme caído? Ya sé que dos pisos no es muy alto y los gatitos tenemos siete vidas, pero mi ego habría salido muy maltrecho del trance porque mi abuela no habría parado de reírse en mi cara por mucho tiempo ¿qué porque lo digo? conozco a la vieja y disfruta haciéndome bulling a pesar de todo lo que mi mamá me defienda y la rete cada vez que se mete con mi pancita (está visto que el asunto de los kilos extras es un tema recurrente). Como sea, detesto a las palomas; siempre está haciendo ruuuu ruuuu ruuuu ¡parecen tontas las weonas! ¿Que no tendrán nada mejor que decir? Lo peor de todo es que mataría por saber que tanto tienen que comentar ¡hay de ellas como me entere que se andan riendo de mi! De sólo imaginar un diálogo entre ellas, rechino mis dientes:
– ¿Viste lo cerca que pasé de la gatita de la casa 16?
– ¡Sí! La dejaste con un palmo de narices, la próxima vez me toca a mi
– A ver si me superas
– Seguro que sí, te apuesto que yo la dejó mordiendo aire
– ¡Apostado! Si pierdes me das tus amiguitas durante dos días
– Trato hecho
Miguitas quieren las desgraciadas, ya van a ver como les ponga una zarpa encima, voy a juntar sus plumas para hacerme una camita al lado del radiador cosa de poder dormirme una buena siesta con mi guatita llena de carne fresca de paloma ¡y no me va a importar que mi abuela se ría de mi diciendo que estoy gordita!… ¡vieja envidiosa! Todo porque ella es un saco de huesos que pasa con frío; claro, como no tiene grasa que la abrigue siempre está cerrándome las ventanas mientras dice con esa vocecita inocente (que no tiene nada de inocente) “¿es idea mía o cada vez está haciendo más frío?”…