Bue, como lo prometido es deuda aquí vamos con la otra historia de lo que me pasó ayer cuando salí al mundo “exterior”…
Aprovechando que la mañana estaba linda ( y digo linda y no calentita porque había esos típicos soles de invierno que brillan pero no calientan) salí a pasear a ver si esta vez me topaba con la Pelusa en vez de con un niñito acosador de gatitas; desde lo alto de mi árbol salté al muro y luego de una revisión rápida a los alrededores para asegurarme que no hubiera cabros gritones a la vista, salté al estacionamientos del vecino y me puse a oler por aquí y por allá tratando de pillar el rastro de la gata tricolor. De tanto oler hierbitas, piedras y todo lo que caía bajo mi nariz, terminé metida en el sitio eriazo que está al lado de la casa del vecino, y cuando ya iba de lo más embalada cerro arriba la voz de mi mamá tronó con su “Melí, vuelve” dejando muy claro que no había posibilidad de desobedecerle. Había tanta autoridad en su tono de voz, que no tuve otra opción que detener mi caminata en seco y empezar la vuelta a a casa; eso sí, como una tiene su dignidad daba dos pasos y me ponía a oler el aire como quién no quiere la cosa, dos pasos y olía, dos pasos y olía… Así, despacio para que nadie que me pudiera estar viendo creyera que estaba obedeciéndole a mi mamá, volví a mi muro. ¿La verdad?no sé como mi mamá supo que andaba por el cerro, se supone que ella estaba metida en su pieza mandando mails ¡pero igual me pilló! cualquiera diría que tiene radar… En todo caso, no se crean que mi cuento terminó ahí más, justo cuando iba a saltar a mi sauce para volver a la casa ¡apareció la Pelusa! Como ustedes comprenderán, yo no podía treparme a mi árbol e ignorarla, así que me senté en el muro con cara de “conversemos” cruzando los dedos (de manera figurativa porque los gatitos no podemos cruzar los dedos) para que mi mamá no hiciera nada que pudiera avergonzarme delante de la vecina, como la última vez que la había visto. Por suerte la Conqui tuvo el buen criterio de no dejarme en ridículo delante de ella y se quedó callada.
Finalmente nos veíamos las caras: dos gatitas regalonas medían fuerzas. Yo salté al patio del vecino y ella se quedó sentada en el muro mirándome, luego de unos minutos saltó a dónde estaba yo, se acercó caminando despacio mientras yo me quedaba quieta esperando a ver que hacía. Después de eso no recuerdo mucho más –o tal vez prefiera no recordar– sólo que se escucharon unos fuuuu cien fuertes que nunca supe si eran míos o de ella o de las dos, y que yo salí corriendo árbol abajo para treparme a los brazos de mi mamá que al escuchar la batahola había salido corriendo al jardín para ver que estaba pasando. No diré nada más en este punto, sólo añadiré que la gatita es una pesada que no quiere ser mi amiga, cada vez que puede me hace fuuuu y me asusta ¿se creerá que es dueña del patio del vecino? ¡no! ese patio es mío, es de MI vecino, ella vive varias casas más allá… Ya va a ver, un día no voy a escapar cuando me haga fuuuu y le voy a dar un par de zarpazos bien puestos por antipática ¿cómo no se da cuenta que yo sólo quiero ser su amiga?
Gata peleadora que no quiere ser mi amiga