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¡Niñito pesado!

Han pasado cosas entre ayer y hoy, algunas de las cuales me hacen replantear mis ganas de salir al mundo “exterior”…

Ayer poco antes de la hora de almuerzo, y mientras la Conqui cocinaba, yo decidí aprovechar que estaba rico el sol y tuve la genial idea de treparme a mi árbol para ver los pajaritos de cerca, en eso estaba cuando una cosa llevó a la otra (por no decir que una rama me llevó a otra) y casi sin darme cuenta estaba trepada en el muro, y cuando estaba ahí no lo pensé dos veces y me fui a dar una vuelta para ver si me topaba con la Pelusa porque iban varios días sin verla. Debo decir que el paseo me duró bien poco, no me había alejado ni 5 metros de mi sauce cuando me tope de narices con un niñito pesado que no tuvo ninguna mejor idea que ponerse a corretearme dando gritos de “¡gato! ¡gato!”, y claro, yo me espanté y salí corriendo de vuelta árbol abajo para llegar directo a los brazos de mi mamá que dejando las ollas botadas, había salido corriendo al jardín con cara de loca para ver en que lío me había metido yo ¡linda ella! Cuando la Conqui se dio cuenta de lo que había pasado, se enojó con el niño gritón –que resultó ser vecino de la casa de atrás– y aunque tenía ganas de apretarle el cuello por malo, se aguantó las ganas y le dijo en ese tono de milico que usa para dar ordenes “¿te hizo algo el gato? ¿porque lo estás correteando?”; el pobre mocoso no supo que responder, se quedó callado al ver que lo habían pillado infraganti persiguiéndome. Mi mamá le volvió a preguntar lo mismo, aunque está vez con un tono más suave, pero el niñito siguió sin abrir la boca; cuando iba a preguntarle por tercera vez, apareció su mamá y ella fue la que respondió “no, el gato no hizo nada, es sólo que a él le entretiene perseguirlos”. Con esa respuesta, yo sentí como la rabia burbujeaba dentro de mi mamá, pero por la paz de mi abuela que cuida mucho la buena relación con los vecinos, se mordió la lengua y sólo les dijo “esa gata es mía, vive acá, preferiría que a ella no la corretearan”, se dio media vuelta y entró a la casa conmigo en brazos, las dos de lo más estiradas, bien dignas. Cabro pesado ¿como se le ocurre perseguirme? yo estaba tranquila oliendo unos pastitos, no le había hecho nada ¡qué bueno que mi mamá le estaba con un ojo pendiente de mi! y que bueno que les dejó claro que yo era una gatita con nombre, casa y mamá por mucho que ande por ahí sin collar.

Por cierto, lo del collar no es porque mi mamá no me quiera ni mucho menos, es porque como a los gatitos nos gusta subirnos a los árboles y andar por ahí, nos podemos quedar enganchados en alguna rama o alambre o cualquier cosa por culpa del collar y no poder arrancar en caso que algún perro –o un niño malo– nos quiera hacer algo. Si usted tiene un gatito lindo como yo que sale de paseo, mejor no le ponga collar, es más seguro para él; ahora, si quiere estar seguro de que todos sepan que ese gatito tienen mamá o papá, pónganle un microchip, de esos que usan los perritos.

Hoy me pasó otra cosa con eso de salir al mundo “exterior”, pero escuchó que la Conqui está en la cocina así que mejor voy a ver si me da un poquito de ñam ñam ¡mañana les cuento!


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