Si antes los lunes eran mi día preferido de la semana, desde ahora serán los sábados porque puedo pasar todo el día con mi mamá ¡he dicho!
Hoy lo pasamos bomba juntas todo el día con la Conqui. Para empezar dormimos hasta tarde y desayunamos con toda la calma del mundo, aunque debo precisar que mi mamá durmió más que yo así que tuve que despertarla saltando arriba de su guata; de primeras, como que se hizo la lesa y se tapó más con las sábanas, pero cuando froté mi cabecita contra su mano no le quedó más opción que hacerme cariño, darme hartos besos y levantarse para bajar a tomar desayuno con huevitos revueltos ¡ñam ñam!
Cuando llegamos a la cocina mi abuela ya estaba ahí, y como no tenía nada mejor que hacer se dedicó a reírse de nosotras mientras la Conqui preparaba nuestro desayuno. Sí, “nuestro” porque las dos comimos huevitos así que yo la ayudé a prepararlo: mientras mi mamá iba de aquí para allá y revolvía la paila con los huevos, yo me senté en una esquina de la mesa y no le saqué los ojos de encima hasta que me entregó mi parte y pude lengüetear la paila hasta dejarla impecable ¿saben qué? me tinca que las risas de mi abuela eran pura envidia porque a ella no la dejaron ni siquiera pasar el dedo por la paila ¡para que decir pasarle la lengua! Mi mamá le puso huevos revueltos a su pan, se preparó el café, y cuando se sentó con todo listo, ahí me senté a su lado en la mesa y me pasó la paila con lo que quedaba para que yo me lo comiera. Como terminé antes que ella me senté en el marco de la ventana y me dediqué a vigilar los pajaritos del jardín hasta que ella se comió todo todo y volvimos a acostarnos para flojear un poco más, aunque no fue mucho rato porque antes de que yo lograra decir Rumpelstilskin a ella le bajó el telele y se puso a cambiar sábanas, y de ahí no paró de hacer cosas: sacó toda la ropa del closet, la dobló bien doblada y lo ordenó de arriba a abajo, hizo aseo a fondo en el baño y su pieza, asoleo runas y cuarzos, lavó ropa, podó arbolitos, recogió hojas y varias cosas más que se me quedan en el tintero. Fue tanto lo que ajetreó que ahora duerme hecha pelotita mientras yo tecleo en su computador, ¿saben qué? yo estaba feliz; como será que ni ganas de salir sauce arriba para juntarme con la Pelusa me dieron, y eso que la vi paseando por arriba del muro con cara de “¿vamos a jugar?”. Igual mientras jaraneábamos con la Conqui estuve con un ojo puesto en mi árbol por si quería venir a intrusear por acá, pero parece que aprendió la lección del otro día y no hizo ni amago de usar mi árbol.
¿Ven? por eso los sábados son desde ahora mi día preferido de la semana, porque puedo regalonear y jugar con mi mamá todo el día.
Hoy lo pasamos bomba juntas todo el día con la Conqui. Para empezar dormimos hasta tarde y desayunamos con toda la calma del mundo, aunque debo precisar que mi mamá durmió más que yo así que tuve que despertarla saltando arriba de su guata; de primeras, como que se hizo la lesa y se tapó más con las sábanas, pero cuando froté mi cabecita contra su mano no le quedó más opción que hacerme cariño, darme hartos besos y levantarse para bajar a tomar desayuno con huevitos revueltos ¡ñam ñam!
Cuando llegamos a la cocina mi abuela ya estaba ahí, y como no tenía nada mejor que hacer se dedicó a reírse de nosotras mientras la Conqui preparaba nuestro desayuno. Sí, “nuestro” porque las dos comimos huevitos así que yo la ayudé a prepararlo: mientras mi mamá iba de aquí para allá y revolvía la paila con los huevos, yo me senté en una esquina de la mesa y no le saqué los ojos de encima hasta que me entregó mi parte y pude lengüetear la paila hasta dejarla impecable ¿saben qué? me tinca que las risas de mi abuela eran pura envidia porque a ella no la dejaron ni siquiera pasar el dedo por la paila ¡para que decir pasarle la lengua! Mi mamá le puso huevos revueltos a su pan, se preparó el café, y cuando se sentó con todo listo, ahí me senté a su lado en la mesa y me pasó la paila con lo que quedaba para que yo me lo comiera. Como terminé antes que ella me senté en el marco de la ventana y me dediqué a vigilar los pajaritos del jardín hasta que ella se comió todo todo y volvimos a acostarnos para flojear un poco más, aunque no fue mucho rato porque antes de que yo lograra decir Rumpelstilskin a ella le bajó el telele y se puso a cambiar sábanas, y de ahí no paró de hacer cosas: sacó toda la ropa del closet, la dobló bien doblada y lo ordenó de arriba a abajo, hizo aseo a fondo en el baño y su pieza, asoleo runas y cuarzos, lavó ropa, podó arbolitos, recogió hojas y varias cosas más que se me quedan en el tintero. Fue tanto lo que ajetreó que ahora duerme hecha pelotita mientras yo tecleo en su computador, ¿saben qué? yo estaba feliz; como será que ni ganas de salir sauce arriba para juntarme con la Pelusa me dieron, y eso que la vi paseando por arriba del muro con cara de “¿vamos a jugar?”. Igual mientras jaraneábamos con la Conqui estuve con un ojo puesto en mi árbol por si quería venir a intrusear por acá, pero parece que aprendió la lección del otro día y no hizo ni amago de usar mi árbol.
¿Ven? por eso los sábados son desde ahora mi día preferido de la semana, porque puedo regalonear y jugar con mi mamá todo el día.