Lindo día hoy, casi que ni parecía estar a las puertas del invierno, tanto así que aproveché de salir a pasear, después de acompañar a mi mamá a cocinar.
Me gusta cocinar, y más me gusta cuando la que cocina es mi mamá porque me puedo poner dónde yo quiera. Cuando la que está metida entre las ollas es mi abuela, lo único que hace es decirme “Melí bájate de ahí”, “Melí saca la nariz”, “Melí córrete”, Melí para acá, Melí para allá, cero posibilidad de sentarme tranquila a ver lo que está haciendo; ella, lo único que sabe es corretearme de un lado para otro sin entender que lo que yo quiero es sentarme tranquila en alguna parte desde dónde pueda ver y escuchar todo lo que ocurre en la cocina. Nada que hacer con la viejuja, me tinca que es porque no quiere tenerme vigilándola porque puedo descubrir alguna cosa rara que use para cocinar… Voy a tener que estar atenta, por mucho que mi mamá me haga rabiar (como ayer con lo de las pulgas) no quiero que me la envenenen.
Cuando mi mamá cocina, yo me siento arriba de la tele o en el mesón cerca del calentador de agua. Arriba de la tele es dónde más me gusta sentarme porque domino toda la cocina y con la suficiente vista para ver cada ingrediente que ella corta y cada olla que revuelve. Lo entretenido de cocinar con la Conqui, es que me va contando lo que hace… “ahora picamos la cebolla finita y después la echamos al aceite caliente” me dice, y así yo voy aprendiendo. A veces, cuando me he portado bien y no me he movido de mi lugar, me da alguna cosa rica para probar, hoy por ejemplo, me dio tocino ¡ñami! algo grasiento pero muy sabroso. También me dejó oler el agua dónde remojó los porotos y me explicó que la cebolla te hace llorar porque al cortarla suelta un gas muy fuerte que al combinarse con el agua del ojo forma un ácido tan, pero tan fuerte, que los ojos te arden. ¿Qué que tiene que ver lo de la cebolla en esta historia? bue, resulta que me lo contó porque yo la miré con cara rara al ver como lloraba, y cuando intente acercarme a ver que estaba picando di el tremendo salto para atrás al sentir el olor y a ella le bajó ataque de risa al ver mi cara de espanto, por eso me lo explicó.
Cuando los porotos quedaron armados y listos para hervir su buen par de horas en la olla, ella partió a ducharse y yo partí al jardín, y una cosa llevó a la otra: jardín - sol - árbol - muro - ¡paseo! debo decir que me sentí grande al salir solita, sobre todo porque mi mamá vio cuando me subía al árbol y sólo me dijo nada “no hagas tonteras y no vuelvas tarde”, como será lo que confió en mi que incluso retó a mi abuela cuando ella supo que yo había salido y empezó a llamarme para que volviera… ¡esa es mi mamá! Para no defraudarla por la confianza que me tuvo, estuve afuera poco rato, no más de una hora, y no pelié con nadie mientras estuve afuera. Es rico que confíen en uno, a ver si mañana salgo de nuevo...