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Día de cocina

Un comentario nada que ver: tengo que hacer más scrach scrach en el árbol porque tengo las uñitas largas y me está costando eso de teclear oye, a lo mejor me las podría morder como hace mi mamá, pero no me tinca mucho la idea porque después se ven feas. ¡Huy! Hablando de scrach scrach me acordé que descubrí algo maravilloso para mis uñas, se lo recomiendo a todos los gatitos preocupados de tener unas garras lindas y afiladas como las mías, únicamente necesitan una silla de totora y ganas de afilarse las uñas; la cara de poker cuando alguien las sorprenda haciéndose la manicure ahí, es opcional. Lo de la cara de poker lo digo ya que existe un alto porcentaje de probabilidades que las reten, porque las humanas no acostumbran a afilarse las uñas en la totora y prefieren usar una cosa dura que se llama lima, pero a mi eso me da grima. 

Pero dejémonos de frivolidades y vamos a cosas más prácticas: hoy me entretuve toda la mañana molestando a mi abuela y a mi mamá al mismo tiempo, lo que se llama un combo de dos por uno, genial ¿no? La pregunta del millón¿cómo lo hice? Fácil: las tuve de abre puerta y cierra puerta hasta que me aburrí y me fui a dormir (con mi guatita llena, por cierto).

Vamos a los hechos: con esto que empezó el invierno –o eso dice mi abuela– me pasan cerrando las puertas, a lo anterior súmenle que a la veterana le carga la casa con olor a comida (olor a hogar lo llama mi mamá), y obtendremos como resultado puertas cerradas por todas partes. Esta mañana por ejemplo, mi abuela se puso a tejer en el escritorio con la puerta que da al jardín cerrada, y como a mi mamá le dio por cocinar la dejó encerrada en la cocina. Por suerte que la Conqui no es tan friolenta como ella así que estaba con la puerta que da al patio abierta, y ya con el circuito armado (cocina, patio, jardín, escritorio y cocina de vuelta) me dediqué a dar vueltas y arañar puertas tooooda la mañana: arañaba la puerta de la cocina, mi mamá me abría, cerraba, yo salía al jardín, revisaba mi árbol y me iba a arañar la puerta corredera del escritorio, mi abuela me abría, yo entraba y vamos de vuelta a arañar la puerta de la cocina y repetir el circuito ¡vieran como refunfuñaban mis humanas! La peor parte se la llevó mi mamá porque además de aguantar a mi abuela reclamando que por mi culpa estaba sacando mal las cuentas del tejido, ella tenía sus propios problemas revolviendo la salsa blanca (no sé porque la llaman blanca si yo la vi y era beige) al mismo tiempo que daba vuelta el panqueque de turno y me abría la puerta. En todo caso, y por más que la viejuja despotricó, la Conqui no me retó y a lo más me dijo “ya poh gata parque’a ¡cabréate!” para, acto seguido, darme unos pedacitos del pollo con que iba a rellenar los panqueques ¡riiiiico estaba! Linda mi mamá. Cuando habla conmigo yo le entiendo todo, y me gusta porque pide mi opinión. Por ejemplo hoy día con el tema de la cocina, nos pusimos re visar juntas el cajón con las ollas y ella me preguntó cual debía usar; me decía “¿usamos este wok grande o el chico?” y yo olisqueaba y miraba atenta pasa poder aconsejarla bien (no me gusta hablar por hablar, me gusta informarme antes de opinar). Nos decidimos por el grande. 



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