Ha pasado tiempo sin venir por acá, y no ha sido de floja y mucho menos porque no me hayan pasado cosas ¡porque vaya que me han pasado cosas! tuve un pololo que entre mi mi abuela y la Conqui me espantaron, ha venido gente y se ha ido gente, estuve con cistitis, me pusieron a dieta, me he escondido, me han encontrado, me han llevado al doctor, me cambiaron la cantorita de nuevo (antes era roja, después negra y ahora verde ¡me gusta el verde! hace juego con el color de mis ojos), pasó la primavera, llegó el verano, se fue el calor y ya estamos en otoño, incluso ¡celebré mi primera Navidad! Es linda la Navidad, me gustó mucho tener un pesebre con hartas figuritas para jugar y pajaritos para cazar, aunque eran bien raros esos pajaritos porque por más que los vigilaba nunca vi que se movieran, para mí que estaban muertos y eso le restaba emoción a mi vigilia, así que prefería jugar con unas guirnaldas brillantes y el niño Jesús a pesar de los gritos de mi abuela que, para variar, me retaba cada vez que me pillaba tratando de pincharlo con mis uñitas a ver si se movía.
Estos meses que pasé sin escribir no estuve de vacaciones ¡no señor! tuve que cuidar a mi abuela porque mi mamá se la pasaba trabajando y todos los días, antes de irse, agarraba mi cabecita entre sus dos manos, me daba un beso y me despedía diciendo “me voy a la pega Melí, cuida a la abuela para que no haga tonteras”, y claro, ahí me quedaba yo vigilando a la vieja para que se portara bien… ¡agotador! el único rato que podía dormir era cuando ella salía a hacer sus cosas o iba a cazar el almuerzo al supermercado. Cuando mi mamá llegaba en las noches yo corría a recibirla y le contaba todas las maldades que la veterana me había hecho durante el día, ella me tomaba en brazos, me daba hartos besos, cambiaba el agua de mi platito y revisaba que yo tuviera mis crunchi crunchis. Cuando terminaba de hacer eso, ella comía y se ponía pijama, ahí llegaba la mejor parte del día porque finalmente la tenía toda para mí ¿Saben? igual es bueno tener una mamá que trabaje porque como le remordía la conciencia por dejarme sola todo el día, el poco rato que pasábamos junta se dedicaba a jugar conmigo, contemplarme y regalonearme ¡nunca a retarme! ¿la guinda de la torta? acostarme con ella, acurrucarme en el hueco de su brazo y quedarme dormida feliz de la vida.