Básicamente hoy ha sido día de algunos amagos de fuga, y una fuga que terminó en castigo, aunque sumando y restando valió la pena cumplir mi condena considerando cuanto me entretuve tomándole el pelo a mi mamá...
De cierta forma, la culpa fue de la gata hippie que finalmente volvió a aparecer luego de esperarla todos estos días. En la mañana las viejas me dejaron sola para ir al supermercado y yo me entretuve en mirar por la ventana vigilando si aparecía la gata que, según yo, me puede datar de lauchas; cuando ellas volvieron, me abrieron para dejarme salir al jardín y yo salí disparada a treparme al árbol porque había visto a la gata tricolor caminado por el muro, pero la Conqui estaba por ahí y me pilló al vuelo y me hizo bajar usando la táctica de mover una ramita para llamar mi atención, y claro, como soy curiosa altiro quise ir a ver de qué se trataba y terminé en el pasto persiguiendo la dichosa rama que, dicho sea de pasó, no tenía nada de novedoso así que me aburrí ligerito y me eché a la sombra con cara de “voy a dormir siesta”; buena táctica esa, porque la Conqui se relajó y fue a buscar su libro, y yo aproveché de treparme de nuevo al árbol cosa que cuando ella regresó yo ya estaba fuera de su alcance. De nuevo cuando quiso usar la táctica de la ramita para despertar mi curiosidad, pero está vez fui más inteligente y la ignoré (chiste repetido sale podrido). Ahí estaba yo, trepada en lo alto del árbol y la Conqui abajo con cara de enojada sin poder hacer nada por bajarme ¡wichi pirichi!. En eso estaba cuando la gata tricolor apareció arriba del muro y nos hicimos un par de fuuuu’s, y con eso mi mamá salió corriendo a “salvarme” (¿pensará que no me sé defender sola?) y llegó resoplando al trote hasta arriba dónde se encontró a la hippie con cara de “ya llegó la vieja molestosa”, pero yo no figuraba por ningún lado porque me había escondido en las ramas del árbol. Mi mamá, que es LO aprensiva, se puso a llamar a mi abuela por celular para que saliera al jardín y ayudara a buscarme, y ahí apareció la vieja más vieja que me descubrió al vuelo y le dijo a la vieja más joven que yo seguí en el árbol dentro del jardín, y vuelta la Conqui trotando a la casa para ver si lograba bajarme, pero entre que ella daba vuelta a la cuadra yo saltaba hasta el muro y me volvía a esconder ¿resultado? cuando mi mamá llegó al jardín a buscarme, yo había desaparecido y de nuevo ella salió trotando, y de nuevo llegó arriba resoplando y de nuevo no me encontró… Desde mi escondite yo la veía como refunfuñaba, estaba re enojada, como sería que la hippie optó por irse a guardar a su casa. Pensé que se iba a rendir y volver a la casa sin mí, pero justo cuando se iba decidió agacharse y me descubrió escondida debajo de un auto, y ahí se metió y me agarró de la cola y me tomó en brazos y me puso mi arnés de florcitas y me llevó de vuelta a la casa sin decirme nada de nada. Con la agarrada de cola y ese silencio, yo supe que estaba en problemas. Dicho y hecho, apenas llegamos a la casa me sacó el arnés y me puso un collar con campanita que detesto y me dijo “Melí, cada vez que te arranques te voy a poner este collar para saber dónde andas”, y ahí me quedé, con cara de compungida sintiendo el tilín tilín en mis orejitas cada vez que daba un paso ¡un desagrado!
De cierta forma, la culpa fue de la gata hippie que finalmente volvió a aparecer luego de esperarla todos estos días. En la mañana las viejas me dejaron sola para ir al supermercado y yo me entretuve en mirar por la ventana vigilando si aparecía la gata que, según yo, me puede datar de lauchas; cuando ellas volvieron, me abrieron para dejarme salir al jardín y yo salí disparada a treparme al árbol porque había visto a la gata tricolor caminado por el muro, pero la Conqui estaba por ahí y me pilló al vuelo y me hizo bajar usando la táctica de mover una ramita para llamar mi atención, y claro, como soy curiosa altiro quise ir a ver de qué se trataba y terminé en el pasto persiguiendo la dichosa rama que, dicho sea de pasó, no tenía nada de novedoso así que me aburrí ligerito y me eché a la sombra con cara de “voy a dormir siesta”; buena táctica esa, porque la Conqui se relajó y fue a buscar su libro, y yo aproveché de treparme de nuevo al árbol cosa que cuando ella regresó yo ya estaba fuera de su alcance. De nuevo cuando quiso usar la táctica de la ramita para despertar mi curiosidad, pero está vez fui más inteligente y la ignoré (chiste repetido sale podrido). Ahí estaba yo, trepada en lo alto del árbol y la Conqui abajo con cara de enojada sin poder hacer nada por bajarme ¡wichi pirichi!. En eso estaba cuando la gata tricolor apareció arriba del muro y nos hicimos un par de fuuuu’s, y con eso mi mamá salió corriendo a “salvarme” (¿pensará que no me sé defender sola?) y llegó resoplando al trote hasta arriba dónde se encontró a la hippie con cara de “ya llegó la vieja molestosa”, pero yo no figuraba por ningún lado porque me había escondido en las ramas del árbol. Mi mamá, que es LO aprensiva, se puso a llamar a mi abuela por celular para que saliera al jardín y ayudara a buscarme, y ahí apareció la vieja más vieja que me descubrió al vuelo y le dijo a la vieja más joven que yo seguí en el árbol dentro del jardín, y vuelta la Conqui trotando a la casa para ver si lograba bajarme, pero entre que ella daba vuelta a la cuadra yo saltaba hasta el muro y me volvía a esconder ¿resultado? cuando mi mamá llegó al jardín a buscarme, yo había desaparecido y de nuevo ella salió trotando, y de nuevo llegó arriba resoplando y de nuevo no me encontró… Desde mi escondite yo la veía como refunfuñaba, estaba re enojada, como sería que la hippie optó por irse a guardar a su casa. Pensé que se iba a rendir y volver a la casa sin mí, pero justo cuando se iba decidió agacharse y me descubrió escondida debajo de un auto, y ahí se metió y me agarró de la cola y me tomó en brazos y me puso mi arnés de florcitas y me llevó de vuelta a la casa sin decirme nada de nada. Con la agarrada de cola y ese silencio, yo supe que estaba en problemas. Dicho y hecho, apenas llegamos a la casa me sacó el arnés y me puso un collar con campanita que detesto y me dijo “Melí, cada vez que te arranques te voy a poner este collar para saber dónde andas”, y ahí me quedé, con cara de compungida sintiendo el tilín tilín en mis orejitas cada vez que daba un paso ¡un desagrado!
(Al menos no me mató de hambre y a la hora de almuerzo igual me dio mis ñam ñam)