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Seguimos con la dieta

Pocos ratoncitos, pajaritos y maldades por estos días. Debe ser que andamos cómo el clima: medio nublados.

En las mañanas ya está haciendo más frío y oscureciendo más tarde, pero eso al Manchi le da igual y se pone a molestar antes de las 7; por mucho que la Conqui lo amenace con las penas del infierno, el weón no atina. Es un malcriado que hace lo que le da la gana: anoche salió y a las 11 no había vuelto, se cerró la puerta como son las reglas y ya nos íbamos a quedar dormidas cuando ¡zas! ahí estaba él arañando y saltando para que le abrieran; y no es na’ que sólo pida que le abran, si no que también se pone a exigir crunchi crunchi, y claro, cómo es flacuchento, a la Conqui le da pena y le pone sus galletitas, y más encima se queda parada al lado de su platito como paco de punta para que yo no me las robe porque me tienen a dieta.

Es una lata eso de la “dieta” porque no me dejan comer todo lo que quiero; la Conqui no entiende que lo mío no es glotonería si no que precaución. De chiquitita aprendí que uno debe comer cada vez que tiene comida, porque a veces puede pasar más de un día sin que caiga nada en mi guatita, o al menos eso me pasaba antes de conocerla a ella… Una cosa debo reconocer: desde que me trajeron a vivir acá, nunca he vuelto a pasar hambre, ni sed, ni frío ¡incluso me han llevado al doctor! No me gustó ir al doctor, le dijeron a la Conqui que yo estaba gordita y que no podía ser que hubiera subido el 10% de mi peso en 3 semanas. Si antes vigilaba lo que comía ¡ahí se puso milica! Ella dice que lo hace por mi bien, que si engordo más me va a doler la espalda, y no voy a pedir subirme a los árboles si un perro me persigue. También me dice que los otros gatitos van a hacerme bullying por gorda (no tengo ni idea que es eso del bullying), y me toma en brazos y me hace cariño para distraerme mientras el Manchi come, pero yo me arranco porque son muy ricos los crunchi crunchi… una tentación.




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