Hoy la Conqui tuvo la “brillante” idea de sacarme a pasear. Me tenía de sorpresa una correa verde que, ella me contó, compró en un cajón de liquidación dónde mi doctora (de ella también tengo un par de historias).
Se le ocurrió lo del paseo porque yo siempre la acompaño cuando va a sacar la basura o sale caminar, y ella se ríe y me molesta diciéndome que parezca perro ¿Entre nos? es bien floja porque sus salidas son re cortas: cuando ve que la sigo se devuelve a la casa y me guarda. En todo caso, hoy fue distinto, me invitó expresamente “Melí, vamos a pasear”, así que de lo más contenta partí con mi cola bien parada y al trote.
Iba feliz, caminando por el sol, con mis orejas bien levantadas para escuchar los diferentes ruidos, oliendo todo lo que pillaba… La Conqui caminaba delante mío pero siempre mirando para atrás a ver si yo la seguía; cuando yo tardaba más de la cuenta oliendo algo, o me daban ganas de meterme al otro lado de la reja, ella me llamaba “Melí, vamos”. Como soy gato, nunca hice caso al primer llamado, para que no fuera a creer que era ella la que mandaba; sí, al tercero o cuarto.
Todo bien con el paseo, hasta que apareció un hombre sobre un aparato que nunca había visto: tenía dos ruedas y el señor iba sentado entre ellas moviendo las piernas en círculos para hacerlo avanzar. Espeluznante. Alcancé a oír a la Conqui que me decía “¡Melí cuidado con la bicicleta!” justo antes de correr espantada y caer en una poza de barro al otro lado de la cerca. Confieso que me asusté mucho y no sé cómo, terminé metida debajo de una matas de moras sin saber salir de ahí. La Conqui me llamaba y yo le respondía de vuelta ¡nunca había maullado tanto en mi vida! Ella me decía “ven Melí, no pasa nada, el ciclista ya se fue”, pero yo no me atrevía a mover ni una pata, no quería volver a pasar por la poza, y la otra alternativa era un río… no no no, yo no me movía de mi mata de moras por mucho que yo quisiera volver con la Conqui.
De alguna forma, ella pasó por entre medio de unos alambres de púas y la pude ver al otro lado de la poza, vi como pisaba ramas y hojas buscando camino para llegar hasta mí… no era fácil. Al final optó por meterse al barro con zapatos y todo “ni ca me los saco, vaya a saber uno que bicos hay al fondo” refunfuñaba; cuando vi que ella lo hacía yo también lo hice, y la verdad que no fue tan terrible como imaginaba. Apenas estuve cerca suyo me tomó en brazos y me sacó de ahí, caminó hasta el sol haciéndome cariño, me dejó en el suelo y me puso mi correa verde nueva “¿entiendes ahora porqué la compré? si quieres salir a caminar conmigo debes usarla para que no salgas corriendo si te asustas, te la saco cuando lleguemos al terreno que ya conoces”.
Se le ocurrió lo del paseo porque yo siempre la acompaño cuando va a sacar la basura o sale caminar, y ella se ríe y me molesta diciéndome que parezca perro ¿Entre nos? es bien floja porque sus salidas son re cortas: cuando ve que la sigo se devuelve a la casa y me guarda. En todo caso, hoy fue distinto, me invitó expresamente “Melí, vamos a pasear”, así que de lo más contenta partí con mi cola bien parada y al trote.
Iba feliz, caminando por el sol, con mis orejas bien levantadas para escuchar los diferentes ruidos, oliendo todo lo que pillaba… La Conqui caminaba delante mío pero siempre mirando para atrás a ver si yo la seguía; cuando yo tardaba más de la cuenta oliendo algo, o me daban ganas de meterme al otro lado de la reja, ella me llamaba “Melí, vamos”. Como soy gato, nunca hice caso al primer llamado, para que no fuera a creer que era ella la que mandaba; sí, al tercero o cuarto.
Todo bien con el paseo, hasta que apareció un hombre sobre un aparato que nunca había visto: tenía dos ruedas y el señor iba sentado entre ellas moviendo las piernas en círculos para hacerlo avanzar. Espeluznante. Alcancé a oír a la Conqui que me decía “¡Melí cuidado con la bicicleta!” justo antes de correr espantada y caer en una poza de barro al otro lado de la cerca. Confieso que me asusté mucho y no sé cómo, terminé metida debajo de una matas de moras sin saber salir de ahí. La Conqui me llamaba y yo le respondía de vuelta ¡nunca había maullado tanto en mi vida! Ella me decía “ven Melí, no pasa nada, el ciclista ya se fue”, pero yo no me atrevía a mover ni una pata, no quería volver a pasar por la poza, y la otra alternativa era un río… no no no, yo no me movía de mi mata de moras por mucho que yo quisiera volver con la Conqui.
De alguna forma, ella pasó por entre medio de unos alambres de púas y la pude ver al otro lado de la poza, vi como pisaba ramas y hojas buscando camino para llegar hasta mí… no era fácil. Al final optó por meterse al barro con zapatos y todo “ni ca me los saco, vaya a saber uno que bicos hay al fondo” refunfuñaba; cuando vi que ella lo hacía yo también lo hice, y la verdad que no fue tan terrible como imaginaba. Apenas estuve cerca suyo me tomó en brazos y me sacó de ahí, caminó hasta el sol haciéndome cariño, me dejó en el suelo y me puso mi correa verde nueva “¿entiendes ahora porqué la compré? si quieres salir a caminar conmigo debes usarla para que no salgas corriendo si te asustas, te la saco cuando lleguemos al terreno que ya conoces”.
No sé si tengo ganas de repetir lo del paseo, no me gustó nada lo de la correa por mucho que la Conqui no haya tirado de ella y yo pude oler todo lo que quise en el camino de vuelta. En todo caso, fue divertido verla retorcerse para volver a pasar por los alambres de púas, más lo que refunfuñaba “estas cosas sólo me pasan a mí, quién me manda sacar a pasear a la gata, ojalá no pase nadie conocido, y yo que justo me había puesto polerón limpio…” (creo que eso último lo debe haber dicho porque le dejé todas mis patitas marcadas en su polerón blanco con capucha).